
En la casa de mi niñez, pasaba los días sin escuela escondido en la biblioteca. Evadía los oficios domésticos y mandados a la tienda, fingiendo que leía. Afuera escuchaba decir: “al niño déjenlo tranquilo que está estudiando”. Si me preguntaban de qué trataba el libro, me basaba en el título para inventar una mentira. En algunos casos no me creyeron. Decidí leerme el final de cada texto para reforzar la historia. Algunos finales los alimenté con escenas de películas que hubiera visto, otros los mezclé entre sí. No tenía tiempo ni ganas de leer, el game-boy no se jugaba solo.